Ramón Ortega Frías

Se ignoran los detalles de su educación y el momento exacto en que se trasladó a la Corte, ciudad en la que desarrolló su trayectoria como novelista.
Fue padre de una familia numerosa y autor de cerca de un centenar de extensas novelas, que apenas despertaron un interés notable entre la crítica. Sus ideas, de corte progresista, contrarias a la monarquía y al clero, se reflejan en sus escritos, aunque sin llegar a convertirse en un elemento conflictivo, lo que deja la duda —según apunta Juan Ignacio Ferreras— de si respondían a una convicción genuina o más bien a una tendencia literaria del momento. Publicó sus obras en diversas librerías y editoriales, y se le atribuye la autoría de la pieza teatral Viriato, un drama histórico que, al parecer, se ha perdido.

En su empeño por alcanzar la fama, tomó como referencia a Manuel Fernández y González, figura indiscutible de la novela por entregas, aunque sin igualar su imaginación o calidad narrativa. Su obra recurre a menudo a fórmulas repetidas y personajes estereotipados, con un estilo a veces descuidado y marcado por el exceso folletinesco.

Nació en Granada el 1 de marzo de 1825. Una grave enfermedad interrumpió su formación, que solo retomó hacia 1845, cuando contaba con veinte años, estudiando Filosofía en la Universidad de Granada y, de manera autodidacta, matemáticas. Cuatro años después se trasladó a Madrid con el propósito de ingresar en la Escuela de Ingenieros de Caminos, pero circunstancias familiares adversas lo empujaron a ganarse la vida con la literatura, afición que ya cultivaba.
Adoptó un estilo de vida bohemio y colaboró con poemas y relatos en publicaciones como Semanario Pintoresco Español y La Ilustración. Finalmente, se dedicó por completo a la novela por entregas, siguiendo la estela de Manuel Fernández y González, con quien, junto a Torcuato Tarrago y Mateos, fundó El Periódico para Todos (1872-1882).

La Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana afirma que “la fecundidad fue su mayor defecto”. Su producción supera las ciento cincuenta novelas por entregas, muchas de ellas de carácter histórico y de escaso valor literario, pero con un sello muy personal: un gusto por lo truculento y lo espeluznante, acompañado de una imaginación febril y sin límites, capaz de alterar la realidad histórica si la narración lo requería. Sin embargo, también buscaba documentación y, para sus novelas sobre la Inquisición, consultó las obras del historiador Juan Antonio Llorente.
Además de la novela histórica, cultivó la novela psicológica, como en Las víctimas del amor (estudio del corazón humano) (1882) o Abelardo y Eloísa (1867), esta última su obra más popular. También escribió libros de viajes y aventuras en Hispanoamérica, como Vida y viajes de Cristóbal Colón (1873-1874), Conquista de México por Hernán Cortés (1874), Un año entre salvajes. Viajes y aventuras del doctor Smit (1875) o Islas maravillosas. Viajes a las regiones del Ecuador: aventuras del capitán Bristol (1882-1883).
Se considera que su mejor novela fue El diablo en Palacio (1882). Entre otras obras se encuentran La casa de Tócame Roque, inspirada en una famosa vivienda madrileña; El alcázar de Madrid (1857); La capa del diablo (1858); El trovador (1860); El duende de la Corte (1862); El tribunal de la sangre, o Los secretos de un rey (1867); El siglo de las tinieblas, o Memorias de un inquisidor (1868); El ángel de la familia (1873); El Cid (1875); Los hijos de Satanás (1876) y El testamento de un conspirador (1880), entre muchas más.
También tradujo La piel de zapa (1875) de Honoré Balzac y Los primitivos habitantes de España. Investigaciones con el auxilio de la lengua vasca de Wilhelm von Humboldt (1879), y adaptó a novela el drama El trovador de Antonio García Gutiérrez.
Murió en Madrid el 16 de febrero de 1883.