José Campillo y Cossío

José Campillo y Cossio nace en febrero de 1693 en la pequeña aldea asturiana de Allés. Por no afrentar a su padre, estudia gramática y latin, pero sólo hasta que éste fallece. A lo largo de su vida casará dos veces, la primera, a los 27 años de edad, con Iconor Ambudioli y Arriola; y la segunda, a los cuarenta y cuatro ya, con Maria Benita de Rozas y Drumond, hija del Conde de San Andrés, matrimonios de ninguno de los cuales obtendrá descendencia.

Tras errar, en su juventud, por Europa, sin destino conocido, durante un año o dos, entra en Córdoba al servicio del canónigo de la catedral Antonio Maldonado, que lo quiere encaminar hacia la carrera eclesiástica. Pero estando en Cádiz abandona la senda emprendida y se pone al servicio de Francisco de Ocio, intendente general de Aduanas de Sevilla. Cuando Ocio es trasladado a Madrid, Campillo queda al servicio de su sucesor, José Patiño, personaje que hará carrera durante el reinado de Felipe V, alcanzando puestos tan importantes como intendente general de la Marina y presidente de la Casa de Contratación de Indias, desde los cuales reorganiza la Marina de Guerra e implanta el Cuerpo General de la Armada. Precisamente en ese recién creado cuerpo general, y como oficial segundo de la contaduria de Marina de Cádiz, ingresa Campillo.

De acuerdo con la política de Alberoni, el hombre fuerte del momento en la nueva corte borbónica, quien pretendía la recuperación del papel que España había desempeñado en Europa durante los reinados Habsburgos, Patiño prepara una escuadra con el ambicioso objetivo de recuperar Cerdeña, Sicilia y Nápoles, perdidas por el Tratado de Utrecht, tras la Guerra de Sucesión que habia impuesto en España a los Borbones. Campillo participa en dichas campañas, que aunque obtendrán importantes éxitos iniciales, terminarán, sin embargo, con la derrota española ante toda una alianza cuádruple, -un todos contra España-, que forman el Imperio, Francia, Inglaterra y Holanda.

En 1719 Campillo es enviado al virreinato de la Nueva España, donde permanecerá seis años como comisario de la Marina, con sede en Veracruz, y desde donde envía valiosos informes que impresionan al poderoso Patiño, tanto que de vuelta a la peninsula, es ascendido a comisario ordenador de la Marina.

El programa de Patiño para la reconstrucción de la flota lleva a nuestro marino a los astilleros de Santoña y Guarnizo, momento en el que, denunciado por su entonces subalterno, el futuro marqués de la Ensenada, se las ve con el Tribunal del Santo Oficio de Logroño, aunque la denuncia no prosperará. Antes al contrario, con 35 años de edad recibe el hábito de Santiago. De guisa tal es nombrado intendente del ejército de Italia para salvaguardar los derechos de Carlos VII de Nápoles, -Juego Carlos III de España a la muerte sin descendencia de sus dos hermanos mayores, Luis y Fernando-, sobre la isla de Sicilia.

En 1740 es nombrado intendente del reino de Aragón, donde lleva a cabo un ambicioso programa de desarrollo económico, promocionando la agricultura, la ganadería, la industria, el comercio y la obra pública.

El de 1741, coincidente con la espléndida defensa que de la plaza de Cartagena de Indias, y por ende, del Imperio en América, realiza el gran Almirante Blas de Lezo, es el gran año de Campillo: es nombrado secretario del Despacho de Hacienda, y a continuación, nada menos que secretario de Marina e Indias, y de Guerra.

En el marco de la Guerra de Sucesión de Austria, en la que España participa, toca a él organizar una nueva campaña a Italia, que tampoco esta vez tendrá éxito. Le es concedido el título de lugarteniente del almirante general de España y de todas sus fuerzas marítimas. Y en esas estamos cuando el 11 de abril de 1743, se produce su repentina muerte con escasos cincuenta años de edad, óbito que pone fin a una brillante carrera política que, además, se hallaba todavía en fase claramente ascendente.

Tras su muerte se publican algunos de sus escritos, entre ellos »Lo que hay de más y de menos en España para que sea lo que debe ser y no lo que es», »España, despierta», o »Nuevo sistema económico para la América», cuyos solos títulos evocan el esfuerzo reformista que lo animó en todo momento.

Campillo es, junto a los hermanos Patiño, Ensenada y otros, uno de esos políticos a los que tocó el arduo trabajo de realizar las reformas necesarias para mantener el nivel del Imperio Español en los que son sus momentos más dificiles, los coincidentes con el acceso al trono hispano de una nueva dinastía, la de los Borbones, en la persona de Felipe V, a la muerte sin descendencia del último de los Austria, Carlos Il. Esfuerzos que darán sus frutos, ya lo creo que sí, durante el reinado de Carlos III, quien con la conquista de dos tercios del territorio hoy día estadounidense, llevará al Imperio Español a uno de sus momentos de máximo esplendor territorial, sin duda de ninguna clase el más extenso y próspero de su época, aunque la historiografía al uso se empeñe en mostrar a España como una potencia ya decrépita, sin relevancia alguna en la escena internacional, cosa falsa de toda falsedad. Sólo a modo de ejemplo, en el Tratado de Utrecht de 1714 que certifica la victoria inglesa en la Guerra de Sucesión Española, Inglaterra conseguirá el llamado »navío de permiso», por el que España le permitía realizar un equivalente a la cuarta parte de todo el comercio que se desarrollaba en el Pacífico, reservando para si, todavía, y a pesar de su supuesta »decadencia», el 75% restante.

Texto memorial: Luis Antequera.