José Joaquín de Mora, conocido también por los seudónimos Mirtilo Gaditano y Heleno-Filo, nació el 10 de enero de 1783 en Cádiz y falleció el 3 de octubre de 1864 en Madrid. Fue un prolífico educador, periodista y literato que dejó una huella significativa en seis países diferentes.
Mora comenzó su carrera en la Universidad de Granada, donde enseñó lógica, influyendo desde temprano en el campo educativo. Participó en la Guerra de la Independencia contra Napoleón y fue hecho prisionero, lo que lo llevó a Francia, donde contrajo matrimonio con Françoise Delauneux, una mujer culta que tuvo una influencia significativa en su vida.
Tras regresar a España, Mora ejerció como abogado y periodista, publicando en varios periódicos durante el Trienio Liberal (1820-1823). Tras la caída del gobierno liberal, se exilió en Inglaterra, donde continuó su labor literaria y educativa. Escribió manuales educativos, tradujo obras importantes como Ivanhoe de Sir Walter Scott, y dirigió publicaciones como No me olvides y Museo Universal de Ciencias y Artes.
Mora también tuvo un papel importante en Hispanoamérica, colaborando con líderes como Bernardino Rivadavia en Argentina y Francisco Antonio Pinto en Chile, fundando periódicos y centros educativos, y participando en la redacción de la Constitución chilena de 1828. Sin embargo, sus actividades políticas lo llevaron a ser encarcelado y expulsado de Chile en 1831. Luego se trasladó a Perú y Bolivia, donde continuó su labor educativa y periodística. En Bolivia, fue catedrático de Literatura y asesor del presidente Andrés de Santa Cruz.
A lo largo de su carrera, Mora mantuvo su influencia en la política, la educación y la literatura. Fue miembro de la Real Academia Española desde 1848, publicó la Colección de sinónimos de la lengua castellana (1855) y dedicó su vida a difundir nuevas corrientes de pensamiento en el Derecho y la economía.
Finalmente, tras haber vivido en múltiples países y haber trabajado en diversas causas educativas, literarias y religiosas, Mora regresó a España, donde murió en 1864. Su legado se extiende más allá de sus contribuciones literarias, abarcando la creación de himnarios evangélicos que aún perduran en el mundo hispanohablante.
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