Juan Antonio García Díez (Madrid, 4 de agosto de 1940 – 6 de mayo de 1998) fue un destacado político español que desempeñó un papel crucial durante la Transición española. Nacido en una familia de clase media profesional, donde su padre era médico, García Díez mostró desde temprano un notable talento académico. Se educó en el colegio de los maristas en Madrid, y posteriormente se licenció en Derecho y Ciencias Económicas en la Universidad de Madrid, obteniendo siempre las máximas calificaciones.
En 1966, ingresó al prestigioso Cuerpo de Técnicos Comerciales del Estado, donde comenzó su carrera en el Ministerio de Comercio. En este periodo, trabajó como agregado comercial en las embajadas de España en Bolivia y Perú, una experiencia que reforzó sus ideas sobre la necesidad de reformas económicas profundas, tanto en España como en los países en desarrollo.
A su regreso a España en 1974, ocupó varios puestos clave en el Ministerio de Economía y en la Red Nacional de Ferrocarriles Españoles (RENFE). Su orientación política se fue definiendo dentro de una corriente liberal-progresista, cercana a la socialdemocracia moderada, lo que lo convirtió en un firme defensor de una transición gradual hacia la democracia.
García Díez fue un aliado cercano de Francisco Fernández Ordóñez, quien lo propuso para integrar el primer gabinete de Adolfo Suárez como ministro de Comercio y Turismo (1977-1980) y luego como ministro de Economía y Comercio (1980-1982). Durante su gestión, García Díez jugó un papel central en la elaboración e implementación de los Pactos de la Moncloa, que fueron fundamentales para estabilizar la economía española en los primeros años de la democracia.
Aunque promovió medidas a favor de la economía de mercado, su reputación de antiguo progresista le atrajo la desconfianza de algunos empresarios. Carlos Ferrer Salat, primer presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), lo criticó por considerar su política demasiado rígida.
García Díez fue también vicepresidente segundo del Gobierno bajo Leopoldo Calvo Sotelo, quien lo recordó como un hombre de gran inteligencia, valentía y humor, aunque en los últimos meses de su mandato se vio afectado por la crisis económica y la falta de apoyo parlamentario, lo que contribuyó a la disolución del gobierno en 1982.
Falleció en 1998, dejando una huella importante en la política económica de la Transición española y siendo recordado como un funcionario y político brillante y comprometido.
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